Aferras.

Dame tus preocupaciones. Tenés que dejarme hacerlas papel por vos. Notas y papeles y memorándum y jirones léxicos que no forman nada. Tenés que dejarme ser el ardor que te hace consciente de la exposición, para poder de algún modo ubicarte entre estas líneas desencontradas y prometerte algo. De nuevo. Abrirte en el humo hasta mí en la psicosis perversa de escapar de las luces. Que se encienden. Y se apagan. Y se vuelven a encender. Y toman otros colores que van acordes a las miles de formas que tiene tu sonrisa. 

Innegablemente existió en tu piel una semilla de desierto en el seno cálido y terroso que la arrullaba. Y de esa piel fueron brotando grietas. Esa piel se iba levantando y se iba despegando. Debajo de esa piel no recuerdo. Debajo no respiraba. Pero si veía néctar dorado emanando como una fuente de vida que preconcebía una duda. Y te empapabas en esa agua vital, en esa duda, que te dejaba desnuda frente a mí.

- ¿Vos me amás? Osea, no en lo cliché de las palabras sino en la seguridad de saber que ya por lo menos estás seguro.
- ¿Seguro?
- Si. Seguro de estar acá, conmigo.
- ¿Cómo es posible estar con alguien y no estar?
- Es posible, cuando no amás.
- Sos tan agridulce.
- ¿Eh?
- Si. Como las galletas de limón que nos daba Génova en Navidad para que no nos explotáramos todos los chasquibunes en la puerta de su casa.

Era ese niño que tiraba con fuerza los chasquibunes en la puerta de Génova cuando daban las doce. Vos siempre me acompañabas. De todos los chasquibunes de la vida fuiste definitivamente uno de esos que no explotan sino que al entregarse a la esperanza de seguir viviendo sólo logran partirse en decenas de piedritas. Así, tan hermética cuando volás. Tan fragmentada en los impactos. Pero sobre todo tan llena de esperanzas rígidas y de piedra helada. 



¿Cómo es que son las cosas hoy?



Comentarios

Entradas populares de este blog

Argia.

Son horas.