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De estos días

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Cualquiera de estos días quizás tenga la certeza de lo primero que dije, cuando le hallaba los pilares sentidos a esta hoja de oportunidades. Se disipaba la tumultosa confesión del jazz que borbotaba, meciéndose lento, por las resecadas líneas de unos labios tan solos. Cualquiera de estos días me voy a llenar el pecho de confianza y acaso termine amurallándote en la lluvia, evadiendo el movimiento de las luces de los taxis, que como ojos de sol amaneciendo en la neblina pasan a los costados de los que están quietos, entumecidos bajo el premonitorio frío estival. Cualquiera de estos días si bien vos vas a estar en tu caleidoscopio, lejos de todo comienzo y agonizando el smog de la rutina, quizás me aparezca por el local penumbroso de los discos donde oí por vez primera a Chet y te pueda escribir una frase en el dorso de King of the Blues, para que la leas cuando en el sueño de tu té de cardamomo y el despiste de una mañana cualquiera te acuerdes de mí. Y aunque sé que no soy virtu

La infinidad de lo mínimo.

Día austral, con un poco de amargura ayer nos reíamos de vos en la cocina. Nos acordábamos con el velo de acordarnos, de acordarnos de todo, no sólo de las estupideces que nos habían generado la necesidad de encontrarnos. Vimos toda la película otra vez, como anfitriones de una era que fue demasiada y suficiente. Apretando labios y tragando saliva. Conocemos las mordidas en las calzadas y las curvas donde solíamos volcar, los cuerpos a la inercia de la centrífuga dejadez de amar sin sentido común. De amar joven. De amar tercos. De amar por las rutas que quedan ahondando en la mirada del hombre que soy cuando no soy hombre sino más bien camino. Vos ayer sabías que estaba ahí ecualizando la manía, locura despierta del viajero que duerme. Y te vi porque te pensé al llegar, como si te extrañara de años, pero nunca tan diferente como mañana, pues hoy vas a escuchar todo lo que tengo para decir y vas a marcar, marcar esas frases en mí que sólo significan algo haciendo ese truco de rascar l

Torcaza.

No puedo sacarme de la cabeza todo esto que reverbera ahí donde nadie escucha las palabras, como si salieran de niños dormidos que nunca conocen la mentira. Y hoy también lidiando con los soles del día que cambian sin avisar su luz, y juguetean perdidos con sus rayos como brazos en las ventanas, limpiando cristales llorosos por lo que quema la calefacción de los cuartos. Los inviernos son así en el desierto, querido guijarro. Como esta línea de torcazas que sombrean los aires por la mañana, siempre es mejor esa brisa para difuminar los murmullos de la noche, los que hablan de vos y yo, llegando a algún sitio.  ¿De qué forma puedo decirte que pensé en vos durante toda la vuelta? A la ida no tanto, porque allí en ese hueco uno va pensando en uno mismo. Sino después a la vuelta, cuando solo está uno y su vacío. Ese que no llenan estas ganas inmensas de cambiar el mundo, o de exponer algo, lo que sea, con la sencillez antagónica de la pseudociencia con la que busco explicar todo, h

Viejo amor de las veredas.

La caja golpeaba, se encendía, y el calor llegaba a mi boca, y cansaba. Pero era una maratónica prueba de resistencia en la que el perdedor lo perdía todo. El audaz intento de llegar a meterme tanto en tu cabeza que marinaba las palabras en una violenta belicosidad  de silencio y respiraciones entrecortadas. Después la sutil apertura de alas dirigidas a las constelaciones de tu almohada y mis dedos pasando lentamente por tus antebrazos y entrelazándolos con tus plumas blancas en el ápice. Levantando la cabeza como el esclavo abolido de su libertad y mirarte a los ojos, abiertos hacia mundos tuyos, con el metálico aliento a sangre desde el pliegue interno de tus labios, inspirando rápido y profundo, con las mandíbulas apretadas. Y sentía la necesidad insoportable de humedecerte la oreja con algo que te hiciera regresar pues no estaba seguro de que supieras lo que estabas haciendo y eso me volvía loco. Pero te besé mejor el cuello, y tus plumas se erizaron fuertemente entre mis dedos y

Planeta.

Yo no sé si he crecido, no sé si ha crecido este planeta adentro mío tan distinto al que fue alguna vez. Está pegado el planisferio en la pared de mi cuarto y está marcada en verde la ubicación exacta donde me vi a mí mismo y entendí el asombro de las horas, la adrenalina dulce en la garganta y la orquesta del tiempo. Se hace fuerte Carfax, casi tan real como vos. Ímpetu poligonal de las tantas direcciones sobre una misma calle emparchada y vieja. Los scons y el cream tea, lábiles tardes atenuadas fuera del nido. Las aventuras de los adoquines y el punting, maldito punting, encallado en un barro del fondo, soltando burbujas marrones. Riendo las futilidades, siempre acordes a la diligencia de la juventud. El silencio de un café cargado, verdugo del frío y de las palabras que a nadie le cambian la vida pero taponan las urbanizadas esquinas del hartazgo. Los cheers del bus driver y Ben's Cookies. Los topless de las ladies con sus pechos persiguiendo austeros rayos de sol. Las escupida

Anoche que fuimos dos.

Habitación de nocturnas historias, las raspaduras humanas, descascaradas paredes negras del ocultismo satírico donde ya no hay resguardo de palabras. Desnudo así mato el tiempo que hemos acordado, pasando el dedo anular de piel en piel, ondulante insinuación que comprendés pero dejás pasar. Cayendo hacia el abismo esta ceniza de papel rojo que se humedece ahí, en contacto acuático con las almohadillas de una boca reclusa que encontré. Suave roce de algodones cálidos. Los vapores se arremolinan una vez que hay danza salival por no poder evitar el choque dentro de la cueva de los alientos. Sembrando el caos en estas vidas meditadas que esperaron por temer algo, huir, reír, amar. Sentirte despacio soplando dibujos de aire en mi quijada, mejilla con mejilla, dando todo para curarnos los dos de esta roncha de soledad que llega con el fin de cada verano. No te puedo explicar la gracia con la que ya no pienso la analgésica confesión de las despedidas. La guardia baja que frent

Ese pozo pupilar hacia el alma.

Podría volver, y volver con esta imagen que queda en mi mente porque es como si supurara desde las heridas del centro. Movimiento elíptico de cuerpos que brillan y dejan desbaratada toda soledad. ¿Por qué? Si mañana se olvida y queda como un vaho nocturno perecedero y final. Pero mírá cómo se demandan a sí mismos la danza eterna de miradas y voces en eco con las que pagan y cobran la continua ilusión. Y para ellos quizás hoy nazca un niño, o se descubra una verdad. Y para vos, que no pudiste ver, para vos no existe la belleza en un despertar. Firme vástago del alud citadino te pienso tanto, pero ya no es tan fuerte la tendencia a hermosear la idea como lo es a abrir (nos) camino en este nuevo episodio de los desasosiegos humanos y permitir (nos) este nuevo encuentro que quema con sus hielos y sus relojes inajustables.  Hoy que nos vemos te pido que sean minutos sin frío. Libros del pasado se amarillentan y pudren. Somos los hijos pródigos de la novedad. Estamos acá, ahora, y hay pa