Entradas

Mostrando entradas de 2020

Vidamí.

Imagen
Una alerta excusa resguarda mi hundimiento, el hundimiento de todo mi cuerpo, en las manos. Mi mundo, en las manos. Al menos en este espacio-momento.  No hay luz de sal que no barra la desidia de un segmento tuyo que me roza y se contrae, y me quiere, con pausas. No me quieras con pausas, ni con acuerdos avisados. Pero algo va mutando, desde la oscuridad viciosa. Algo se aproxima y se interpone. Una tormenta de escalas y silencios. Una cualidad de compás, ora bombo ora ausencia, casi cardiogénica y busca notarse. Y ahora más puntiforme y rápida va astillando mi garganta de álamo y no hay voz que hoy no pueda evocar algo más urgente que la risa inexorable, y una dulce disculpa, con las dos manos agraciadas tocando el raso borde del muelle. Consabida calma después,  sin despertares tortuosos, sin mareas de barro cocido, torneando los ocres cuerpos. La mañana hermosa se dilata donde antes hubo nocturnos abismos,  y vos y los brillos, la única imagen libre, de todo final.

Cuarentena.

Imagen
Quedaba lento, suspendido, como un grupo de células de luz, sobre un ángulo de la ceja, el sol, invitaba a que el momento se extinguiera, y sonreía y solo sonreía, había entendido cómo funcionaba el cuerpo, y cómo alinear los tactos. También sintió el calor, y volvió a los veinte años perdidos, en la pirca de las letras que veía y que presentía, con las ases y ces que le anunciaban una verdad, y llovía por su cuello, suave pendiente, pegándose a su clavícula y sintiendo esa oleada a victoria, que en el mundo de los hombres ocurre una sola vez, llegando al destino, a kilómetros de la muerte. Un dorado despertar, del aparente absurdo, y todo amanecía. El mundo ya no funcionaba, con los eternos entendimientos, pero aún así tenía sentido. Y en el páramo de su ciudad, su ciudad pequeña, que cabía en un dedo, solo hablaba el viento, solo transmitían los gorriones, una frecuencia sepulcral, solo chirriaban los viejos ventanales, solo raspaba el óxido al hierro,