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Mostrando entradas de marzo, 2014
Traté de pintar algo que engalardonara la circunstancia, pero la mancha negra amorfa volvía a los papeles nuevos y limpios, desparramada a lo ancho del blanco luminoso. Esperaba que llovieran los colores de mi cielo cerebral, los mismos que llovieron ayer para que simularan el retrato de algo de verdad. Quizás originado por el nudo esofágico de un estrés citadino.  Me quedé lo que dura un siglo grabando en mi memoria cada uno de tus contornos, con la excusa de que si no lo hacía podría llegar a olvidarme de vos. Pero aunque sabías que eso no era más que un paupérrimo intento de sofocar mi inexperiencia con altanera pretensión de observador culto, te quedaste mirando al punto que te señalé, sin decir una palabra. A ese punto en donde el sol se encaprichaba con tu costado derecho. Está bien, tengo que aceptar que algo tengo con los costados, pero no sólo los de los cuerpos, sino también con esos pocos milímetros en los que el cristalino de los ojos hace transparencia con la invasión d

Aeropuerto lagrimal.

Cava, siembra, ríe y sol. Me das versos sin luz, y esperás que los pinte, de la sien brilla el rojo, de la boca el bordó. ¿Qué pseudolibertad enturbia la fe? Si es así y yo un frasco lleno que cree, te cree, se cree a sí mismo y perece, sin tiempo, sin cadenas, sin mensajes en botellas ni en manos de mujer. Pero qué veleta más hermosa la de hoy, que se deja volar hasta una infinidad gestual, silenciame con más silencio si te animás, porque no de dos siempre se hace uno, a veces uno es uno y otras veces sólo azar. Más si tendrás ganas de hablarme de nosotros, esta veleta no se va a oxidar, porque está en el techo inalcanzable, a no ser que sepas aterrizar por encima, no vas a llegar. Viajé al techo barroco al reparo de un burdel, de París o de tres cigarros y noche perdida, glamour siniestro de esperar ese té, que esperan los que saben que el riesgo es mayor, pero corren y lanzan. Lanzan... la carnada. El acorde perfecto del a

Atalaya.

Han tapado el rumor de las olas con una almohada gigante e indivisible. No hay forma de que esté pasando desapercibido para vos si no fuera así. Yo la veo, es una almohada con forma de niebla. Hay salados y roncos gritos de un arrecife gris quejándose por ser golpeado por el agua fría. No sólo el arrecife está gris, y en esto hago incapié porque sos de esas personas que ante el mar no pierden la oportunidad de empaparse con sus colores. Pero yo sé, algo ha cambiado en tu forma de ver el mundo. Es como si hubieras corrido una luz que de verdad te hacía ver increíblemente sublime, sólo porque te molestaba su halo. Y espero que si alguna vez te enteras por algún medio que vi absolutamente toda la escena no pienses que soy un tarado haciéndome la pregunta más retórica de los siglos: - ¿En qué estás pensando? Como si no supiera, como si no intuyera, que todo lo que te preguntás no tiene respuesta alguna y que siempre vas a llevar la incógnita hasta que sea completamente ridícula y pase
Tus añoranzas eran motas luminosas que se desprendían de tu frente y como luciérnagas se extendían por todo mi prado de expectativas. Iluminando los rincones de lo oculto. Todo lo que te decía lo malinterpretaba tu soledad, hasta que te hablé de los colores del mundo. Ahí fue como si te despertaras de un sueño opiáceo, sin aguantarte la sed fijaste tu mirada y esperaste más. Volví a decirte que era increíble cómo el mundo se iba pintando de a poco. Seguías esperando que concluyera. Luego te dije que los cambios no eran monocromáticos. El cambio es un estambre de colores y contrastes en un fuego incesante de oportunidades. Algo de todo eso te iluminó la cara. Tomaste una piedra y la paseaste entre los dedos. Volviste a dirigirme los ojos, con una ternura que te alejaba de la frívola entidad que yo conocía en vos. -           ¿Sabés qué no me cierra? -           Decime. -           Esto de la paciencia. Esto de que siempre que quieras de verdad hacer algo loco te pidan que esperes