Siempre que tus ojos sean un aeropuerto.

Vos sabés tantas cosas, pero al mismo tiempo te cansás de todo.
Vos no ves. Ni te sentís culpable. O si ves, pero no te importa.
¿Podés vivir de otra forma? ¿Conocés algo más que eso?
¿Pensás alguna vez en el alcance de tus palabras? 

Al fin y al cabo no es mi nada, y descanso ahí. A veces.
Si es que no me ponés algún blues metálico en el camino.
Igual no querría ir, pero es algo mío eso. Un paupérrimo intento de salvación.
Pero acá nadie se salva, ¿o me equivoco?
Vos me lo dijiste tantas veces y yo sólo miraba a un costado.
Y traté, te juro que traté. 

Ese momento llegó. Y aunque era mi gran secreto lo pude balbucear.
Uno nunca sabe mirar sin antes tocar fondo. 
Me lancé hacia atrás pensando que ibas a estar ahí, con las manos abiertas.
Que ibas a negociar sólo unos pocos segundos de tu tiempo para sostenerme.
Y cerré los ojos. Me acuerdo que también cerré los ojos.
Pero vos ya no estabas ahí detrás. Y mientras caía lentamente pensaba en lo que dolería.
Sin embargo, seamos sinceros por una vez, creo, en alguna de esas noches de salvajismo, humo y ginebra llegamos a mordernos los labios hasta que escocían y sangraban. Y de ese dolor uno no regresa. Uno jamás regresa de ese dolor.

Ahora son mis laberintos a los que les echas la culpa.
Tenés la suerte de siempre llegar hasta el final.
Y yo la puta maldición de encontrarme por casualidad ahí. Como tantos navegantes que habrás visto en Port de Sóller, esperando que la marea traiga alguna nueva noticia, o enviando cartas adentro de botellas, o simplemente destripando jureles para acompañarlos con el trempó de las doce. 
Pero siempre esperando. ¿Por qué? ¿Tanto me vas a desgarrar?
Hasta que ya no quede nada de mí. Y llores sobre fragmentos que no vas a poder unir.

Enseñame qué hacer. 
Enseñame qué decir.
Enseñame qué sentir.
Enseñame a entender.
Ya no me importa lo que hagas de mí.
Ya no me importa si te querés quedar a ver cómo me autoflagelo.
Ya no me importa.
Si todavía de vos puedo escribir muchas canciones y arrugar papeles.
Si algo de calor dejaste en mi cuello, en mi frente, en mis oídos, en mis manos, en mis pestañas mientras yo te dejaba algo de mi calor a vos también. 

Por que te lo prometí.
Por que te pausaste en ese lugar atemporal en mí del que todo el mundo ha huído.
Te sigo. Sin moverme. Pero te sigo. Te extraño. Siempre.





Comentarios

Entradas populares de este blog

Argia.

Son horas.