Abandon (arte).

Cambió de riel. Después aumentó la velocidad, no gradualmente como se acostumbra, sino en seco, tanto que sentí cómo todo en mí se pegaba a mis costillas. Pero eso sólo duró unos instantes, después todo volvió a su lugar. Mi anatomía decantaba y me daba lugar a volverme a meter en mi cabeza de nuevo, a pesar de que me negaba a hacerlo. Ya he pasado muchos viajes en metro ahí encerrado. 

A lo mejor, en una de esas, me la encontraba acá mismo. Nunca se sabe cuando se trata de ella. Ese era el lema inefable de mi vida. Pero esta mañana me levanté con una idea estúpida y necesitaba abandonarla ahí donde se había originado. Es que hay una fuerza mayor que me impulsa siempre adonde estás vos, aunque en verdad no estés ahí.

"El sol se tornaba naranja y sus ocres rayos escapaban de los lindes de la montaña que se alzaba en el horizonte de la ciudad. Su mano estaba caliente a pesar de que el otoño tenía ese aire que parecía filtrado de una lámina de hielo y que se refugiaba en los pliegues de la oreja, irritándola. Sofi probaba su nueva bicicleta sin rueditas. Y vos tenías miedo de que le pasara algo. A los dos nos sorprendía que hubiera aprendido a andar sin rueditas tan rápido. De repente aceleró, y mirando hacia donde veníamos nosotros no vio el cantero que estaba enfrente de ella. Chocó suavemente pero eso no impidió que se cayera a la vereda con la bici encima. Me soltaste la mano, lista para ir a socorrerla, y a mí se me ocurrió detenerte.

-Esperá- Te dije, sosteniéndote con el brazo para que no fueras a su encuentro y sonriendo. Algo me decía que era un desafío para Sofi quitarse la bici de encima y reincorporarse. Vos me echaste una de esas miradas con las que me has dejado hundido en un témpano tantas noches.

Para tu sorpresa, la nena se sacó la bici de encima, se sentó en el cordón de la calle unos segundos. Y empezó a reírse a carcajadas, riéndose de su propia caída. Vos me miraste y sonreíste, por que no te quedaba otra."

Un traqueteo volvía a sacarme de mi ensimismamiento, el metro ascendía y en el ascenso recorría un trozo de superficie. La gran torre hacía su entrada triunfal pero fugaz, y después todos volvíamos a sumirnos en la oscuridad del subterráneo. Fueron dos o tres estaciones hasta que me decidí a bajarme de ahí, sin antes echar una mirada al asiento en el que me había sentado, como tratando de figurar que ahí dejaba la idea de un mundo con vos. Para que se fuera con algún otro que tuviera el infortunio de sentarse en ese mismo lugar. Bajé del metro, limpiándome una gota de sudor y fundiéndome con la soledad que caía derretida de las paredes de los edificios parisinos.

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