Lluvia esquizofrénica.

La histeria drena en la piel y es la sangre de la ciudad. Los más locos queman sus ratos esperando la transfusión. Y me acuerdo de los días de paranoia en los que el sol hacía un truco con los párpados de la gente. Ahora lo veo como un rollo de película, como un vuelo intermitente.

Siempre los cuentos mal contados, densamente difuminados. Adornados con palabras mudas que encuentran su final. Se entretejen formando criptas en las cabezas de los que nunca fuimos amantes de dormir.

Casi como si tomara forma este humo me amordaza y me confunde. Creí verte ahí donde el halo no llegaba a esclarecer. Pero la oscuridad relataba otra historia, una la cual no pude saber su comienzo pero sí su desenlace.

Y había una calle que corría en un sólo sentido y me llevaba hacia uno de tus dilemas más peligrosos, hacia una parte del espíritu que solamente en mi perplejidad podía percibir. En realidad, llevaba hacia un vacío que no buscaba más que perdurar.

Paralelamente a tus nuevos cimientos otro mundo se destruía. Un mundo de pensamientos que jugaban a las escondidas en los rincones de tu memoria y en las noches se convertían en pesadillas de carne y piel desgarrada. Pesadillas sin piedad. Imagino que sin restos algunos de mí.

Ni de mi espera.
Ni de los años.
Ni de extrañarte así.
Es el mundo. Es mi mundo.
Que está. Que existe. Que siento.
El que quise descifrar sin perder.
Ahora es un camino que tomé por mi cuenta y sin consultarte.
Ahora es lo que queda.

Porque en el velo del fin, y sea cual sea ese fin, nunca va a existir alguien como vos.









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