------- Parte 5 -------

Querida Tangerine, ¿cuáles son las preguntas propias de los hombres? ¿Cuáles pueden sepultar lo que solía ser y oscurecer la carretera a la espera de fantasmas? No quisiera morir sin saberlo, Tangie.

Querida Tangerine, hace unos días vi un auto parado en la puerta de tu casa, o de lo que solía ser nuestro refugio las tardes cálidas de verano. Creo no reconocerlo, y después recordé cómo hablabas del amor diciendo que no era más que abandonarnos. ¿Es que ahora estás inmersa en nuevas derivas Tan?

Amada Tan, ya es la segunda vez que paso por tu casa en menos de tres días, y la luz de tu cuarto sigue encendida, y se ven sombras danzando en las paredes blancas. Vi tus hebras castañas mezclarse con lo mate de las cortinas reiteradas veces. Querida Tangerine, me está matando.

Ayer me senté en el bar Rémora, frente a la ventana que da a la calle Deuxieme. Nunca supe si ese rincón te gustaba por que podías husmear en las orquídeas del jardín de Olivian mientras tomabas tu cappuccino o por que era el único lugar en el bar que podías encender tus virginias y soltarme el humo en mis patillas cuando me decidía a besarte el cuello. Y sí, Tangerine, pasé toda la tarde recreando en el cristal la imagen tuya riéndote de alguna de mis estupideces con la punta de tu índice entre los labios. Es que nadie llega a explicarte con anticipación la imbecilidad de adosar un sitio a una persona, y menos que a la vida le encanta jugar a los reencuentros. Lo cierto es que ahora vuelvo a estar sentado ahí, y la inmensidad de París parece remitirse a una sola puta esquina. Mi corazón está por ganar una maratón y mi boca se llena de un sabor metálico inexplicable. Siento cómo se enfrían mis manos, y hasta el aire que exhalo me congela la punta de la nariz. Traté de apaciguarlo con lo poco que me quedaba de Amarula, pero ya no era yo el que controlaba los pies que ahora se dirigían hasta vos y te gritaban:

- ¡Te odio!

De un sobresalto abrí los ojos. Reparé en que la colcha estaba desenganchada de la cama y extendida en el suelo, mientras que el cubrecama y la sábana eran un paño húmedo. Se escuchaba la lluvia dándole una paliza a las ventanas. Me costó lo que pareció un siglo despegarme la piel de la tela y volver a la realidad. ¿París? No nene, Buenos Aires. El Gran Buenos Aires, que nada tenía de grandioso frente a la lluvia, el viento y la humedad. Sobre la mesa de luz quedaba un poco de turrón alemán resecado y una nota de Vale, que decía que había llamado al galpón para avisarle a Diego que hoy no iba a poder ir a trabajar por asuntos de salud.

-Gracias Vale- Pensé.

La mina me conocía más que yo mismo, no recuerdo hasta qué hora nos quedamos anoche bebiendo Amarula con canela y comiendo turrón alemán, mientras yo le contaba mi historia. Algo extraño sentí en el estómago cuando la imagen volvió a mi cabeza. Hoy lo que necesitaba era caserear un rato e ir a hacer los trámites que había postergado por las fiestas. Lo que sea para sacarme de la cabeza esos malditos ojos.

Eran las nueve y dieciocho, tenía toda la mañana para mí. Tomé el paraguas y fui hasta la panadería. Me compré media docena de sacramentos rellenos con pastelera y una bolsa de galletas marineras para untar con paté. Me preparé un té bastante cargado, puse Meat is Murder en el reproductor y me recosté en el sillón.

Enero descargaba la energía que había ahorrado todo el año sobre mis pensamientos, y ya no quedaba más de mí que un esbozo apachurrado en un rincón del departamento. Tanta vida y tanta muerte, tanto apuro, tantas idas y vueltas de un lugar al otro hasta darme cuenta que no me había ido a ningún lugar. Siempre calculando los kilómetros para no pasarme de los sitios que conocía. Allá en años que parecían siglos había dejado un álbum y unos autitos de plástico. Tampoco recuerdo el momento en el que pasé de preocuparme por fumar a escondidas a tener que cuidar de las ganancias de La Estela para pagar los impuestos. Era la historia de mi vida.

- Y qué vida de mierda- Me quejé por lo bajo, pero sin dejar de resoplar con abatimiento. En el momento en el que me paraba a buscar algo para la gotera sobre el living alguien llamó a la puerta. Fui a buscar el balde que había visto reposando debajo de la pileta del baño, lo coloqué por debajo de las gotas y fui a abrir. Del otro lado no había nadie, comencé a cerrar la puerta pero me tuve que sostener del picaporte por que un pequeño charco me hizo resbalar. ¿Un charco? Miré nuevamente hacia mis pantuflas, no era un charco. Era un sobre, y no era esos sobres de la municipalidad que suelo encontrar amontonados cada vez que vuelvo de trabajar. Ésta vez era un sobre más suave, con mi nombre y mi dirección escrita en tinta negra y una caligrafía irregular. Extrañado lo empecé a abrir, y de él sólo salió un papel más pequeño, escrito también con la misma tinta y caligrafía.

"No estoy segura de esto ¿Pero cuándo lo he estado? Si te llega a vos, quería que supieras que el otro día te vi por Belgrano. Pero me entró rápido la duda. Ha pasado mucho tiempo, ya sé, pero me gustaría que nos viéramos un día de estos. Yo voy siempre al Nieblas a eso de las cinco de la tarde. Si querés, sólo si querés, pegate una vuelta. 
Tangerine."

Casi no podía creerlo ¿Cómo sabía...? 
Tardé aproximadamente quince minutos en recordar que tenía el día libre. Eran las 12 y aún quedaban unas horas para las cinco. Me desplomé en el sillón de nuevo, mirando a la nada. Iba a ir, sí, en ese momento la curiosidad de saber cómo se enteró era más fuerte que mis dudas.


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