Escribí de viaje.


Algo que escribí un 14 de Julio de 2010.

Aprendí a no caminar mirando a mis pies. Aprendí a levantar la cabeza y agradecer todos los pensamientos que se cruzan por mi mente. Acostumbrarme al palpito de mi alma mientras observo las flores de un jardín de ensueño. A sostener mis ojos llorosos del frío y a calentar mis manos con una taza de té. Aprendí que el amor es un arma de doble filo y que las mujeres no pueden ser explicadas ni en mil manuales. Aprendí a diferenciar la astucia de la confusión y a sentir amor por algo tan insignificante como una risa. A no sentirme solo en este mundo. Aprendí que lo difícil no es el pensamiento sino la acción. A no dejarme conformar por la primera impresión, sino a juzgar por el conocimiento. Aprendí que no existen malas personas, sino aquellas que no han aprendido lo suficiente. Que no hay profesores, sabios ni conocedores, pero sí errores. Supe entender que a los 17 años ya puedo morir en paz, ¿Pero quién piensa en la muerte luego de aprender? Es mejor aprender en vida y dejarse llevar por los momentos. Allí me encontré, parado en el medio de alborotados salones rodeados de paredes de cristal y bancos, con solo una maleta con cinco prendas de vestir y un boleto de avión con destino a algún lugar alejado de la locura, quizás a playas perdidas en Francia o algún que otro rincón de España. Me acerqué a la ventana y pude observar como el sol se escondía tras un rastro rojizo en el horizonte. La gente seguía alborotada y pasaba a mi lado, yendo y viniendo, llegando tarde a encuentros, reuniones, trabajo o vacaciones. Quizás el propósito de mi vida sea tener que ir y venir, lleno de obligaciones, deberes y responsabilidades. No, algo dentro mío me decía que ese no era el camino, no era el momento, ni la persona o el alma indicada para vivir en agitación. Solo quería perderme en el mundo con cinco prendas de vestir y una guitarra, sí, una guitarra de la cual emane esa melodía necesaria para soñar. Pasar los días sentado en algún risco de alguna playa desconocida mirando el crepúsculo y acariciando con mis dedos las cuerdas y música, mi rumbo en mis pies, así poder manejar mi destino que dentro de todo no es tan negativo. Quizás pasar mi vida viajando, observando campos ingleses, inviernos rusos, comidas italianas, amigos españoles. Suena el altavoz del aeropuerto, embarcar por puerta ocho, destino: ya lo verás.


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