Talismán.

Mirá y creé:

La piedra estaba fría, igual apoyabas tus manos. Recuerdo, Tangerine, que a vos te volvía algo loca ésto de la sangre y su estabilidad térmica. Solías decir a voz entrecortada y sin ningún tipo de fuente certera que el frío no era ausencia de calor, que las palomas podían creerse águilas sin importarles los prejuicios de las demás palomas que no habían aprendido a volar. Por ende el frío podía ser frío indiferentemente del calor. 

Algo así de fríos estaban tus labios. Pero nada importaba en el recuadro que yo armaba con mis dedos alrededor tuyo para guardar en mi cabeza la foto perfecta. Esas que son más de pensar que de contemplar.

Y el tiempo pasaba sin dejar descendencia de segundos desperdiciados cuando me contabas las anécdotas de tu amiga Lidy, que se emborrachaba para masticarse al novio porque de lo contrario no lo podía ni ver.

Ahora no sé dónde estás. Tampoco sé si yo iré a encontrar mi luz en alguno de éstos oscuros déjà vu que cada tanto me hacen creer que respirás junto a mí. Es que ni el amor ni la añoranza pueden hacerse cargo del camino que me separa de vos hoy.

Lo que me separa de vos hoy es este enrrosque de ser yo solamente cuando vos fingís no ser vos y jugar a estar enamorados, a vivir y morir, side by side.

Te va a doblegar la soledad y someter el fracaso. Y en ese momento me voy a ir de Buenos Aires, me voy a ir Tangerine, la de las pecas indecisas, la de la primera vez,


la de siempre vos.



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