Son horas.

No es la primera vez que me arruino así. No cuento con las manos las veces que perdí el aliento buscándote en recovecos del azar para ver si en un golpe de suerte se te soltaba una palabra. Una poesía. Un verso. Un momento. También he de admitir que el apuro me llevó a dar vuelta la cara cuando pretendías sostener la mirada para sacar algo de mí que probablemente no te podría dar. Pero llega la noche y se detona el arrepentimiento y florecen las ocurrencias de las tantas cosas que las manos retorcidas del miedo expropiaron de mis labios y jamás te pude decir.

Y aunque quisiera poder decir que aún hay tiempo, he llegado a aceptar que el tiempo y yo vamos en direcciones opuestas.

Después de todo, siempre fuimos tan propios de creer que habíamos llegado a la gloria y que la carretera nos deparaba los mismos caminos, que nunca le dimos importancia a nada más que a mí amor por el arte y a tu glamour de rouge y Bailey's. Y en colillas de cigarrillo que se desintegraban como nuestra distancia, acercabas tu boca y soltabas un susurro acerca del destino. Mientras, recuerdo tomarte de la cintura y escuchar tu risa. Es que siempre tenías las preguntas clave para desorientarme y recompensarte de la única forma que se me ocurría: haciéndote creer que no había nada que me detuviera a la hora de amar cada parte de vos.

Pero terminó el verano y con él nuestro sueño americano.

Y ahora que perdimos el rastro sólo te pido que si algún día dejara de ser yo mismo, me rescates de aquel que esté carcomiendo la mejor parte de mí y cantes una canción, sólo para recordarme que siempre nos tendremos a los dos cuando todo lo demás se haya ido. 

Cuando todo lo demás se haya ido.





Comentarios

Entradas populares de este blog

Argia.