Mar.
Volví a nuestro barco y no te voy a mentir, el sabor esta vez fue radicalmente distinto. Es decir, tuve que mirar a lo largo del linde de las escolleras y ver cómo las imágenes se iban plasmando en la piedra blanquecina, llevándome a la boca una saliva más amarga que el cacao. Es un martes gris de sol. El silencio retiene cualquier sonido excepto el de las olas ya calmadas de la noche que viajan a morir contra las rocas. Cada tanto el silencio ya no se puede contener y deja que alguna gaviota cante, o que algunos pocos pies hagan crujir suavemente la arena.
No fue en este barco en el que te ahogué. No. Este barco fue construido para las proposiciones, o para las soledades, o para sentarme con vos y llenarme las uñas de arena por dibujar mandalas absurdas y poco impresionantes.
Volví a nuestro barco y no te voy a mentir, todo olía a nosotros, todo cantaba nuestras canciones. Pero el sabor era distinto. Sí. Definitivamente era distinto. En aquellos días te quedabas en mis labios por largos ratos. Quizás sólo te detenía una ráfaga de viento que metía un mechón entre nuestras bocas y te hacía toser. Llegado un punto te quejabas porque pasábamos las tardes besándonos y mirando los distintos matices del sol sin decir una sola palabra. Yo te contestaba que a veces mirar también es poesía. Poesía marítima que al otro día sin encalle terminaba en el fondo del mar.
Fui a nuestro otro barco. En este sí te ahogué, en realidad vos me ahogaste a mí, tus propias palabras fueron la cascada de agua que se metió en mis pulmones y me hizo toser estupideces y un final
La verdad es que debí suponer que mi fiebre en esos dos barcos fue siempre la intención de hacernos eternos en nuestra propia eternidad.
No fue en este barco en el que te ahogué. No. Este barco fue construido para las proposiciones, o para las soledades, o para sentarme con vos y llenarme las uñas de arena por dibujar mandalas absurdas y poco impresionantes.
Volví a nuestro barco y no te voy a mentir, todo olía a nosotros, todo cantaba nuestras canciones. Pero el sabor era distinto. Sí. Definitivamente era distinto. En aquellos días te quedabas en mis labios por largos ratos. Quizás sólo te detenía una ráfaga de viento que metía un mechón entre nuestras bocas y te hacía toser. Llegado un punto te quejabas porque pasábamos las tardes besándonos y mirando los distintos matices del sol sin decir una sola palabra. Yo te contestaba que a veces mirar también es poesía. Poesía marítima que al otro día sin encalle terminaba en el fondo del mar.
Fui a nuestro otro barco. En este sí te ahogué, en realidad vos me ahogaste a mí, tus propias palabras fueron la cascada de agua que se metió en mis pulmones y me hizo toser estupideces y un final
La verdad es que debí suponer que mi fiebre en esos dos barcos fue siempre la intención de hacernos eternos en nuestra propia eternidad.
Fiebre verde de esperanzas vanas.
Fiebre azul de extrañarte.
Qué amargo es habernos sido para los dos no más que una enfermedad.
Aunque, a decir verdad, lo bueno de las enfermedades es que se llevan adentro, y sólo se curan cuando uno así lo desea.
La duda es ¿Deseo curarme o llevarte?
"Con las aguas movedizas...
Yo te llevo para que me lleves."
http://www.youtube.com/watch?v=jiKGUnzCAKo
Aunque, a decir verdad, lo bueno de las enfermedades es que se llevan adentro, y sólo se curan cuando uno así lo desea.
La duda es ¿Deseo curarme o llevarte?
"Con las aguas movedizas...
Yo te llevo para que me lleves."
http://www.youtube.com/watch?v=jiKGUnzCAKo
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