Constelación.

No fue un juego tramposo del azar que la noche nos dejara destemplados, sentados a la orilla de un lago de oscuridad que espejaba con indiferencia unas veinte o treinta estrellas que aún se podían observar. Las conté y te dije que eran cuarenta y cinco, las contaste y me dijiste que eran menos. Las volví a contar. Evidentemente eran menos, pero suficientes para iluminar un dejo de necesidad en tus ojos que sólo duró unos segundos. Una necesidad inconclusa y corruptible como el silencio. Preferí callar. 

Para asombro de los dos fuiste la primer palabra, y yo aún sin saber qué rol cumplías en el circo de verdades vencidas que levantabas como si fuera un estandarte de gloria. Sin conocerte entendí que habías perdido una guerra.

- Vos sabés, siempre fui feliz en el humo y las puteadas. En la gente-termita. Me sentaba en el cordón, me fumaba un pucho y esperaba un rato que abrieran las oficinas. Ni te digo en verano. Era adictivo ver cómo las paredes y ventanas se derretían, y los autos rompían los espejismos del calor como cortinas de líquido que se extendían y mojaban la cabeza de los peatones. 

- ¿Por qué te fuiste?

- ¿Por qué me fui? Supongo que aprendí a ver mi felicidad de aquellos días solamente cuando los extrañé. Pero ya era tarde, ya estaba en miles de lugares. No entiendo cómo mis dudas no me detuvieron esa vez. Siempre me han sabido paralizar.

- Uno reacciona por ilusión.

- ¿Vos decís?

- ¿Me vas a decir que no has encontrado nada desde que te fuiste?

- Sí, encontré muchas cosas. Pero perdí más.

- Eso no lo creo. Todos los días se encuentra algo nuevo, y si se pierden cosas es porque se tienen que perder. Porque lo nuevo a veces es tan intenso que no le alcanza con ocupar su lugar de novedad, sino que también empieza a joder al pasado. Igual, ¿Qué vas a defender si no es el presente?

- Dependiendo qué tan contaminado esté ese presente.

- Jaja vos siempre tenés una respuesta a todo.

- Es lo que me va enseñando este viaje de ida.

- ¿No hay vuelta?

- Buenos Aires ya no es como lo recuerdo. En realidad, ningún día lo fue. La capital tiene ese algo de metamorfosis constante. A veces he pensado que se mantiene igual, el tema es que la vida se acorta en instantes efímeros cuando estás allá. Y es inevitable no ser otra persona cada día que pasa.

- No conozco Buenos Aires. Pero me decís esto y roza el tinte de lo macabro. 

- Algún día te voy a llevar.

- ¿Entonces estás pensando perdurar en mí? 

- ¿No querés?

- Bueno, es jodido decidir eso. Te conozco hace cuatro horas jaja.

- Suficiente. Hace cuatro horas fue que borré todo. No hay más pasado, no hay más futuro. ¿Puedo pedirte algo?

- Vos me decís.

- Armame.

- ¿Con todas las fichas?

- No. Tirá la soledad.




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