Esto es.

El mundo que había empezado era inmiscible con el que había sido alguna vez. Planetas distintos que sólo se acariciaban las manos cuando la deriva les enseñaba la lección de encontrarse. Y entre esos dos mundos, la gente se cruza todo el tiempo sin parar, y chocan, y se esquivan, y viven, y mueren; todo en una danza imposible de coordinar pero muy conocida. El aire era espeso en promesas que antes del fin quedaron varadas en el éter de algún sitio fuera de todo. Habían recuerdos también, que no llegaban a ser memorias por lo recientes. ¿Qué haremos entonces con lo pendiente? Lo que llegó cuando creímos haberlo olvidado. Después de todo, el olvido es virtual. Los días van a pasar siempre al margen de lo que "superamos". A ellos no les interesa eso, sólo están interesados en ganarle la carrera a la anticipación. Los días son las olas que me están haciendo golpear contra las piedras del fondo del mar que pude ver en tus ojos. Y más allá de la tormenta, cuando el viento cesa pero las gotas de lluvia caen indiferentes como dientes de león en una brisa aletargada, suelo pasarme la mano por la punta de la nariz para limpiar el frío y sentarme en alguna piedra, dedicándome a la condena que por hoy me toca.

Esta condena de extrañarte.

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