Con arte.

Cerremos los ojos al mismo tiempo, las respiraciones, coordinadas. Primero vos, después yo, después vos, primero yo. ¿O no? Ya no sé qué hacer, ni qué pensar, ni si existo ahora o existiré después. ¿Y vos, existís? Al menos tus manos lo hacen. Es que no se puede separar tu paraíso una vez que se funde con mi infierno. El infierno de los años, y del silencio, y de la oscuridad. Es tan abismal que te hace caminar por las cornisas, balancearte. Perdidos en segmentos de nada, que se abraza con más nada y forjan un anillo de bocas atadas, que intentan hablar pero tienen tan poco para decir. La costumbre no discrimina en nimiedades tales como lo que resurge de un centro de anti-gravedad, tu luz. Se superpone en el fuego y lo hace brillar aún más, y mis fauces internas se sellan para siempre en el verso de no volver a respirar el azufre de la soledad, la mía, la de la gente, la tuya, la de las horas, la de lo que podría haber venido si vos...

Si vos no estabas acá en el momento adecuado.
 (De mi desintegración)

¿Hasta dónde nos va a llevar esta vez el arca de las promesas rotas? Quizás nena, hasta el mismísmo momento de la rendición, cuando caiga a tus pies y ensucie mis rodillas con las cenizas de lo que te hice, de lo que me hiciste, de lo que marcó el fin del viejo comienzo, el virtual, y llenó esos abismos de los que te hablé de nuevas palabras y nuevos mundos. Un mundo donde el horizonte no iba más allá del Sur, sino que se remitía a los límites de tu cuerpo.

¿Y qué? Si debe ser así, lo será de su mejor manera.

Con Arte









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