La mitad.

Ayer creí haberme visto entre las telas, entre la gente que camina sin caminar. Creo que hasta vi cómo rajaba mi rostro con una sonrisa, a lo mejor, sea de esas que uno esboza para que dejen de preguntar. O para que ni siquiera se atrevan.

Se notan las décadas y cómo han arañado la piel de la ciudad, ¿no te das cuenta? sangran las veredas sus últimas gotas y el asfalto en carne viva nos come a todos, engolosinado más que nada con los edificios y las oficinas. Lentamente, se hunde todo en sus poros, y nos traga con toda su extensión. Será que la gente hace lo mismo una y otra vez que no se da cuenta. ¿Cómo llamar "hogar" al caníbal de nuestra existencia?


Quizás, sea por eso que me fui escapando del monstruo. Solo que no había descubierto su otra arma, el imán, que teje el hilo del sentimiento de "estar en casa". Volvemos, por inercia, por que algo ajeno le hizo un nudo a la soga alrededor de nuestra cintura.


No quiero respetar sus reglas, pero los eslabones de esta cadena están unidos por cuestiones que van más allá de lo que podés ver.



Necesito de tus ojos, los míos ya se encuentran resquebrajados de tan poco dormir.

Contra muros descubrí que los momentos no son más que una delgada línea entre hacer y no hacer, sentir y no sentir, ser y no ser, y el resto de nuestras vidas va ligado al tiempo que gastamos en tomar esa decisión. Hasta que, un día, sin saberlo nuestro hogar tampoco es capaz de resguardarnos de la realidad.

Como esa historia del hombre que visitaba en las siestas de los sábados la placita del centro, llevando a su hijo para que se entretuviese en los toboganes y columpios mientras él la podía llorar tranquilo. Lo que no sabía era que el niño lo había visto llorar un día, y se preguntaba cómo su padre no se conformaba como él con sólo llegar a casa y sacar la foto de su madre de abajo de la almohada, darle un beso y recostarse. La extrañaba, sí, pero él creció. Se recibió de médico, conoció a una hermosa mujer en un bar de la calle San Martín, ambos se fugaron al vapor de Barcelona. Y mientras eso pasaba, el padre ya viejo, encontraba la amarillenta foto en una caja cubierta de polvo. La ponía junto a su corazón, se desplomaba sosteniéndose el pecho. Arrepentido de no haberle podido decir a su hijo antes de que el mismo comenzara a vivir:



Que cuando las caras del amor convergen hay que aferrarse a ellas o dejarlas ir, como las oportunidades.

POR QUE SI LA VIDA ES UNA, LOS MOMENTOS EN LOS QUE EL PASADO Y EL FUTURO SE ENCUENTRAN, SON LA MITAD.










Comentarios

Entradas populares de este blog

Argia.

Son horas.