Christmas Lullaby.

El cristal de la copa se empaña y el vino vuelve a reposar. Una hebra suave de Sinatra sale del tocadiscos y acaricia las paredes del cuarto del geriátrico. A lo lejos, explosiones, colores y deseos de nochebuena. Una lágrima humedece las arrugas resecas de sus párpados, y dibuja una sonrisa abrazada por sus memorias. El anciano se meció una vez, dos veces más en la silla en la que quemó la tardes de los últimos años. Se abrió la puerta contigua, Hannah apareció del otro lado.

- Gastón, tiene visita.

Relamió la acidez que el vino le había dejado en los labios y los apretó con fuerza, cerrando también los ojos. Luego los abrió, y entre lo poco que distinguía pudo ver a Valeria. Como si el tiempo no hubiera tocado ninguna parte de su cuerpo. Fresca, intacta. Con sus cabellos castaños ondulando hasta sus hombros y sus ojos grises risueños.

-Feliz navidad, Vale, querida. ¿Viniste con el turrón alemán ese de siempre? Ya ves que es una bomba para mi diabetes nena.- Le dijo el hombre, mientras la mujer lo miraba y reía.

- No es turrón lo que le traigo esta vez Gastón. La última vez me pegué un susto con usted, nunca más turrón. Traigo una carta que está a su nombre.- Le dijo Valeria, y abrió la mano tendiendo un sobre. Con dificultad (el temblor de sus manos era cada vez peor) lo tomó. Claramente su nombre estaba ahí, escrito en tinta negra.

"Gastón Jernick"

Pudo abrir el sobre luego de unos minutos y sacar la carta que llevaba dentro. Su corazón dio un vuelco y se asustó. Hacían años que no le sucedía, ese vuelco del corazón de un adolescente ante lo nuevo de la vida. Pero es que la caligrafía, era, sin duda alguna, la de ella. Si es que se cansó allá a fines de los ochenta de recibir y enviarle cartas a Margarita.

La historia de Margarita y Gastón era esa tapa del pan que nadie come hasta el final, cuando las demás ya se han comido. Era una gota de ginebra en un vaso de cherry. Lo remanente de la revolución juvenil de los 70 y la búsqueda de la libertad. Carreteras al son de Peperina. Todavía la recordaba inmaculada, y su voz, y su piel siempre caliente por el sol, y su olor a aguardiente y cigarrillo, sus ojos azules como la noche de las seis de la tarde.

Tragó saliva, no esperaba menos, pero ¿Qué harías si de repente te encontraras de fauces con otro vos, un vos que habías olvidado? Para Gastón recibir la carta fue lo mismo que se siente al revolver una caja llena de polvo y encontrar la pelota desgastada con la que abollaste más de un portón en la calle del barrio. Y sin leer si quiera antes lo que decía la carta, no pudo evitar las lágrimas, esas que no salen de los ojos sino del alma. De una parte del alma que resurge como una vieja compañera.


"Querido Gas, no sabía cómo hacer esto. Han pasado tantos años ya. La última vez que nos vimos fue en tu casamiento. ¿Te acordás? Fue un dolor en el corazón enterarme de lo de tu esposa. Quise contactarme con vos apenas lo supe, pero ya no vivías más en San Telmo. Siento mucho lo del accidente. Supongo que las jugadas de la vida uno nunca las puede anticipar. Me gustaría escribirte una vez más sobre mi vida acá en el sur, sobre las locuras de Charly, pedirte que te escapes conmigo a algún toquecito de antro. Pero los años no vienen por sí solos. La razón por la que te escribo es para pedirte por favor, si no es mucha molestia sé que los huesos duelen (por Dios si estaremos viejos, todavía estoy tratando de entenderlo) que me llames a casa uno de estos días. Quiero escuchar tu voz una vez más. El número es el mismo de siempre, nunca lo cambié. Espero que esté todo bien. ¿Tu hijo cómo está? Bueno, ya lo hablaremos cuando me llames. Te mando muchos besos y un cariño inmenso.
Siempre yo, Margarita."

Gastón enjugaba sus ojos sin darse cuenta de que Valeria se había quedado parada en el marco de la puerta.

- ¿Todo en orden Don Gastón?- Le dijo.

- T... todo en orden Vale. Muchas gracias querida- Le hizo el gesto de que cerrara la puerta y antes de que la última se marchara le dijo: 
-Y no le hagas caso a los refunfuños de un viejo aburrido, si no me traes más turrón ni volvás a cruzar esa puerta.- Valeria rió y cerró la puerta tras ella.

Fue hacia el teléfono y marcó el número que estaba grabado en sus neuronas como una cicatriz imborrable. Del otro lado atendió la voz de una chica de unos dieciséis o diecisiete años. Le comentó que Margarita había fallecido hacía dos días, y que habló mucho de él antes de marcharse. Gastón ya poco escuchaba, el sonido de la voz de la muchacha viajaba de sus oídos a la garganta, en donde se convertía en un trago de saliva amarga. Terminó y colgó el teléfono, y fue cuando lo supo.

Son esas cosas que se saben de antemano, que se sienten como encontrar la pieza final de un rompecabezas. Margarita lo miraba sonriente. Todo a su alrededor se derretía.

- ¿Te acordaste de traer Peperina para el viaje?- Le preguntó Gastón.

A lo lejos, sonaban campanas y el cielo se iluminaba con las luces de los fuegos artificiales. A dos cuadras del geriátrico, nacía un bebé. 







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