Traté de pintar algo que engalardonara la circunstancia, pero la mancha negra amorfa volvía a los papeles nuevos y limpios, desparramada a lo ancho del blanco luminoso. Esperaba que llovieran los colores de mi cielo cerebral, los mismos que llovieron ayer para que simularan el retrato de algo de verdad. Quizás originado por el nudo esofágico de un estrés citadino.

 Me quedé lo que dura un siglo grabando en mi memoria cada uno de tus contornos, con la excusa de que si no lo hacía podría llegar a olvidarme de vos. Pero aunque sabías que eso no era más que un paupérrimo intento de sofocar mi inexperiencia con altanera pretensión de observador culto, te quedaste mirando al punto que te señalé, sin decir una palabra. A ese punto en donde el sol se encaprichaba con tu costado derecho. Está bien, tengo que aceptar que algo tengo con los costados, pero no sólo los de los cuerpos, sino también con esos pocos milímetros en los que el cristalino de los ojos hace transparencia con la invasión de la luz del indiferente sol muerto de la tarde. Estuve ratos largos así, hasta que tu cristalino se derritió. 

¿Y por qué hacías eso? Luego de los largos momentos en los que te ponía en el pedastal de la belleza y el silencio te desplomabas. Te desplomabas y caías en seco a ese pozo infinito a donde yo no podía seguirte, ni rescatarte. 

Al rato era como si el peso de tu cuerpo desplomado no fuera más que una pluma de estornino y salías de ese pozo mental, de ese túnel vertical inmenso que te tragaba hasta tu jardín nervioso y hacía mermar aún más tu confusión. Obvio, la confusión en la que yo estaba mirándote.

Pero hacías todo eso en silencio. O con un chiste de mal gusto en el medio. O alagando cualquier penosa "cualidad" mía.

Por eso traté de pintar algo que de verdad mostrara lo increíble que era tenerte así, bajo el sol naranja ocaso, bajo el flanco de mi mirada, bajo todo lo ruidoso y atolondrado de Buenos Aires, y lo único que pude pintar fue la mancha estúpida. Y después cerrar las cortinas. Y después meternos a la cama. Y después abrazarte fuerte para que pudieras luchar contra los fantasmas. Y después... Y después... Dormir.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Argia.

Son horas.