Buenos Aires.

No voy a decir que te esperé hasta que apareciste. No quiero que pienses que me tengo poca fe, quizás eso te asuste y de repente te conviertas en otro engaño estúpido de mis ganas de soñar. De soñar te puedo hablar fácil sí, también de no saber menguar cuando me acelero y vos querés frenar.  No sé si te puedo hablar fácil de hablar, por que son más las palabras que quiero decir que las que alguna vez dije sin excepción.

[Pero me gustaría saber si viste por casualidad alguna vez un segundo tan sepia].

De vez en cuando me gustaría poder tomar prestado los minutos en los que te alejás sin mirar adónde estoy, para poder llenarlos de mí y devolvértelos como el boceto de una poesía resquebrajada por los años. Así te suena familiar cuando algún día la encuentres entre tus trastos y la leas sin añoranza.
Aunque yo ya me habría marchado.

Puedo ser tacaño en gastar sonrisas, las ahorro para cuando te vea feliz. Y me resigno por completo por que siempre voy a pensar en vos cuando me quede sin aire, hacer de tu pensamiento mi oxígeno no es saludable pero me hace bien.

[Y me gustaría saber si alguna vez viste un minuto tan cerúleo].

Y son muchos mundos los que me separan de vos hoy, son muchos trenes que tomé a la deriva de un domingo en extinción. Los kilómetros se adhieren entre sí al costado del cuenta vueltas y el camino se hace pedregoso en alguna de esas eternidades a las que me llevaste cuando me envolvías en tus brazos y me mirabas como si estuvieras viendo más allá de mí.

Tengo poco tiempo acá, parado en el borde que une a la quietud con el unísono, y las tardes se fugan con el humo de la ciudad. Buenos Aires se ve tan cansado hoy. Como si estuviera acostado al lado de la carretera esperando que el río lo lavara del calor.

[Y me gustaría saber si alguna vez viste las horas derretirse con el sol de las seis].

















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