Si está y no está.

Superfluo mundo el que hoy pensás mientras te engrasás los labios con ese rojo destructor que tiñe tu anular. A medida que tus pulsaciones te llenan la saliva de gusto a hierro esparcís los colores con detenimiento, abrís y cerrás la boca, apretás los labios. Sabés qué tan frágil te encuentran las noches de estos últimos meses pero aún así no te importa. Hoy vas con el trémulo saber del asesino, dispuesta a todo por un poco de conmiseración salvaje. Pero las horas pasan y aunque son muchos kilómetros los que has dejado atrás y muchas pieles que el frío te ha hecho mudar el mundo no se detiene por tu presencia, por tu impacto. La noche sigue, y las almas indómitas nacen de la base castigadora e inevitable de que por las mañanas vuelven a domesticarse. Un arrebato cancerígeno sin perdón alguno que te quiebra lentamente la voluntad. Y ya es sólo ese humo multicolor el que te lleva adonde yo te espero.

- Vos sos una visión patética.
- ¿Querés que me vaya?
- No, quedate. Pero decime qué querés.
- No, vos decime qué querés que yo quiera.
- Quiero que quieras contestarme alguna vez algo de lo que te pregunto.
- Podríamos empezar por el origen.
- Bueno, decime, ¿Cómo es que siempre te encuentro acá?
- ¿No te das cuenta? Soy yo el que siempre te encuentra a vos.
- Já, sí, dale. Eso sólo lo decís para que yo no piense que te estoy aburriendo.
- ¿Para qué voy a querer que vos no pienses que me estás aburriendo?
- No sé, quizás porque también odias estar sólo.
- Yo no odio estar sólo. Al contrario. 
- ¿Entonces, cómo es que siempre te encuentro acá?
- Porque yo vengo acá justamente para estar sólo. 
- Entonces me voy...
- Volverías mañana, igual que hoy.
- Es que sos la única persona con la que puedo estar horas hablando y no decir absolutamente nada.
- Hoy... te has venido distinta. ¿No te estarás enamorando?
- ¿De vos? JAJA
- Te has pintado los labios. No te los habías pintado antes.
- ¿Así que pensás que todo esto lo hago por vos?
- No me extrañaría, siempre volvés.
- Me gusta esta parte de la ciudad.
- Te gusta esta parte de la ciudad.

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- Me gusta también que vos estés siempre acá. No te rías, no quiere decir que esté enamorada.
- Pero pensás en mí.
- Sí, todo el tiempo pienso en vos. Pero no en forma risueña, sino como si fueras un caminito iluminado que lleva a una respuesta que quiero encontrar, aunque no sé bien qué es.
- Yo sí sé que es.
- ¿En serio?
- ¿Tenés alguna duda?
- ¡Decime entonces!
- No.
-¿Por qué?
- Porque si suponemos que no te estás enamorando de mí, sería un estúpido si permitiera que la respuesta a esa pregunta me quitara para siempre la razón de que vuelvas todos los días. 



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