Empezar por quererme.

Si te domina otro de tus insomnios, si se impregnan de olor a vos estas palabras, hacemelo saber. Hoy no es tan grave. Ya nada es tan grave, ni la herida de sentirse menos, ni la tendencia a proyectarse una copia de vos y de los otros. O quizás sea que ya no importa, entonces si no importa no me importa que me digas: "eh, te leí". Yo te prometo que barajando mis resoluciones de los días que le quedan a este año una de ellas es cortar con las simulaciones. Porque che, qué difícil es mantenerlas sincronizadas, mantener tus simulaciones y las mías en medio de edificios y ventanas y luces y gente que se pierde en las esquinas y no las ves más y encima ellas también simulan.

Ufff... qué difícil es renunciar.

Qué difícil es quererse a uno mismo en medio de la "moral" del odio, de la violencia, de la ceguera social, de la caquita familiar, del pensamiento miedoso, de la inseguridad que genera encontrarse desnudo frente al mundo. Qué difícil es no contaminarse de ruido, romper el disfraz, la estabilidad de tu esencia, dejar de lado el resonar del aburrimiento y la desidia, correr a tu alma sin temor, bancarse tanta boludez... Y tanta y tanta.

Pero qué más difícil es despedirme de vos. De la esperanza de nuestro híbrido mundo. Aplanar los pliegues de tu increíble presencia. Como si todo hubiese sido un hermoso sueño y por fin se materializara en una foto de estática y nostalgia.

Y cada palabra que te dije,
cada poesía que te escribí,
cada pedazo de reloj en el que nos encontramos los dos,
fluye, se lava...

Y respiro.

Espero no te olvides.


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