Me siento.

Una reflexión de un tiempo a esta parte, sin descifrar exactamente cuánto marchar ha transcurrido desde que algo encajó. 

¿Construir la dimensión y ahora detonarlo todo? 

Me preguntan qué sentí. Como si supieran, como si por meses hubiera hablado tanto de este encuentro... con la locura, con la velocidad y la vida. Como si todos los que me saben mirar anticiparan esta jugada bisagra y ahora preguntan con el conocimiento de quien aprende un hábito.

Yo te vi en sueños, sin formar parte de tu intempestivo movimiento, y ahora que lo hice queda una marca en la distancia, la luz que mis dedos quieren tocar y no me alcanza con solo estirar la mano. Debería estirar mi historia, llevármela a cuestas conmigo en un impulso de amor. 

Esta madrugada casi palpo tu indiferencia. Fueron pocos los segundos y corto el soliloquio pero sigo vislumbrando mi futuro en vos, en tus brazos de concreto, en tus arterias alquitranadas y los gritos de las cafeteras de latón. 

Ahora todo se está diluyendo, espesando en el frasco del sinsentido. Volviéndolo más incompatible con el protocolo de pagar la vida con vida. Es tu salvajismo una verdad que yo estaba buscando, una premonitoria primavera que llega tardía pero llega al fin. La nueva tendencia de mi léxico al monosílabo (o a escribir cualquier cosa con cuerpo de poesía, de avenida o de mujer)

Mientras la inmensidad broncea un dorso que no veo, las paredes de los edificios calman su rabia. La noche sigue fría y el pucho está caliente, un vapor que se arremolina en la simulación de tu disfraz de témpano.

Y sí, un enjambre de miedos esperan, están junto a mí, pero me dan la espalda.
Ellos también esperan.
Siempre esperan.
Saltar.

No hay un alma en el mundo hoy... 

Y aún así continúo sin estar suficientemente solo. 

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