La vida quiebra.

Se me ocurrió ponerte al lado, como ser fanático operante de las comparaciones, hubieses notado la simetría que tenías con la prisa de las bufandas y los borcegos de los ansiosos estacionales que poblaban la cuadra, como la noté yo. Y me reía, pero vos te creías que me reía con la inercia con la cual uno se ríe cuando se cruza con un conocido y está abriendo la boca para emitir el murmullo fugaz del buen día y las conversaciones sin rostro de las espaldas. Te sorprendí un poco, lo noté porque se te borró la sonrisa cuando me quedé parado viéndote sin decirte nada. Porque así es como me gusta detonar tu reloj. Soltaste el aire por la nariz, en el desesperado intento de rellenar el espacio que había quedado entre tu apuro y mi silencio. Como si todo hubiera sido diferente, como si aquellos meses del viento y el otoño desorientado vos no hubieras evitado tantas veces pasar por la alameda con el miedo de cruzarte; y hoy te olvidaste hasta de eso.

Te olvidaste hasta de tus miedos, y te olvidaste de los míos, y te olvidaste seguramente de la sed y los ojos alérgicos con los que trataba de mantener mi mirada fija, y te olvidaste de los besos rápidos entre pasillos y a puertas cerradas, y te olvidaste de contar cuántas veces habías pensado en mí cuando no sabías dónde estaba el topacio o cuando jurábamos sobre la última del jardín de los presentes. Y esa siesta sin remera en la cama de tus viejos donde me hablabas de las excentricidades de la vida suburbana, del vapor de enero, de la forma de los rincones y mis incisivos, tus versos menospreciados que habían terminado en algún cenicero de puchos que fumabas cuando ya no había nada que esperar de los demás. Y te olvidaste de la escapada a La Laguna del Rosario, y te olvidaste que ahí me dijiste que si no era ahí no era en ningún otro lugar, y te olvidaste que cuando todavía no despegabas tu boca yo lloré, como lloramos los hombres cuando nos damos cuenta de que nadie mira reclamándonos en silencio la compostura.

Y seguro que te olvidaste de que todavía queda un texto pendiente, porque vos después te acomodás en esta ciudad de papel donde siempre te vendás los ojos y jugás a no saber ver. Y te olvidaste de que te reías de mi segundo nombre... De mi apodo... Y mi nombre, ¿te acordarás de mi nombre? En alguna tarde cargando un café para matar la desidia, en esa cierta infusión de mí que te entumeció la mirada. Y ahí sí te acordaste. Te acordaste de la asquerosa cualidad de los que evaden, que es darse cuenta al final del día que a pesar del esfuerzo de vendar, lo que existe se intuyó. Sin saber qué contestarle a ese ser que no paraba de hacer pequeños check points de pensamiento en las esquinas de San Martín y Jujuy, de San Martín y Santa Fe, de San Martín y Tucumán, llegaste hasta un yo que se te paró frente a frente, aliento con aliento, y tomaste con tus manos mi cuello y vi el fogonazo de tu decisión y fue cuando la creí.
Y al parecer vos también la creíste, porque inmediatamente soltaste una carcajada y una paloma voló espantada.

Idiota amor, la vida quiebra porque es vida, furiosa e intranquila la vida quiebra. La vida quiebra en un viaje tortuoso y se hace mierda contra las columnas de las creencias que hoy me llevan a tomar decisiones que hacen que mi vida quiebre. La vida quiebra en tus ojos y en tu boca que tanto recuerdo y hoy extrañé, haciéndote otra grieta de las miles que la quiebran. La vida quiebra creciendo con fuerza y empujando las baldosas de mis verdades defensivas y me enseña la napa increíble que hay debajo y lo que me pierdo por no dejarla quebrar.

Dentro de todo lo que pude pensar en esta tarde tan típica de abril me quedo con una vida que quiebre, defectuosa, imperfecta como los dos. Me quedo con la vida que quiebra, temperamental, impredecible y hasta dolorosa. Y tiro abajo con la parsimonia del tiempo las paredes inmaculadas que tanto sudé al construir porque hoy elijo la tempestad de una vida sin rodeos, mis piezas rotas, corroídas, que se ven tan únicas entre las pulcritudes de la tradición. Aún cuando tu actitud me dice que no creés que pueda encontrar eso que busco, aún cuando decida dejarte ir y otra grieta me deje ver los matices. Yo así no quiero una vida tan igual, copia de otras vidas, una mirada diaria hacia las arrugas que van brotando y el día que se va muriendo por la ventana de mi habitación.

Quiero salir a quebrar la vida, tanto que no me la puedas definir, hacerla un bollo y volver a extenderla, inventar mapas de mis calles favoritas, conocerte entre las gentes que se conocen, novedad hermosa de estos días en los que ya siento sin miedo porque el miedo se quiebra ya olvidado.

Y eso que ya no es liso, no es perfecto, no es lo que se espera de vos... ¿No te hace más feliz? 

Quebremos la vida ojos de lago, sea para siempre nuestra verdad y cuando nos convenzamos de eso quebrémoslo otra vez. Quebremos los gestos de desprecio, las guerras estúpidas de los que quieren definir al mundo. Quebremos la ciudad.

Seamos puro sexo, dolor, frustración, esperanzas y canciones. Seamos eternos, seamos de verdad. Porque si no somos de verdad verdad, o somos de verdad inquebrantable, nos perdemos la oportunidad que pasa por detrás de la pared que hoy no quebramos.

Y si todavía te diste cuenta de eso cuando me encontraste hoy y miraste hacia la paloma que volaba quebrame la estupidez de suponer que soy el único que nos quiebra, a ver si de ella sale mejor un camino. 


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