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Cosas para decirte

Quiero una voz, un pulso o una canción,  que las notas sean armónicas al corazón que late, que se abra camino el futuro y regrese hoy, que los cuerpos se construyen con un beso y lo sabes. Quiero tranquilizar adentro, con mis manos, el ente furioso que llevo en mi pecho... Y que se agita cada vez que me miras. Quiero esta nueva emoción, que me lleva dulcemente a la asfixia, a la tierna desesperación, de besarte en todos los lugares,  y besarte mucho. Y sentir tus latidos, resquebrajar el metal en mi centro, y en los labios, danzando con la música. Sólo la música me complementa, une los extremos, de este silencio, y la geografía, del roce de tu barbilla, hasta enfrentar los destiempos. Fui piel y voz a la vez, soy yo y vos a la vez, y este sábado nos regaló, un pasillo vacío y un escape. https://www.youtube.com/watch?v=NEj1-rzO4i8

Chasing evening light

Hay vicios que no ceden, un beso en la espesura de la tarde, no consigue este amor locuaz, dejarme parado frente al abismo de la amnesia, poder olvidar tus ojos para seguir, y es que siempre me encuentro, buscando la conexión, buscando la conexión. No dejo mi voz resonando, en interferencias del viento, si sé que no llegan a vos, si sé que no te acarician las mejillas, si puedo llegar adonde estás, cruzando la frontera de lo asible, y transformarme en ese particular satélite, y retransmitir esas palabras, que no puedo acoplar. Hoy elijo esta noche estancada, el camino señalizado, la frescura silenciosa del tedio, y acaso la melodía me salve, acaso tu melodía me salve.

Más humano.

Tengo pendiente sentarme una vez más en el Parque Central. Sólo.  Yo sólo y éste ovillo de claroscuros que simpatizan con el viento. Antes de que llegue el cambio de estación. Antes de que se llene de pibes fumando porro sin camiseta con su desidia primaveral. Antes de que se escape el frío de las raíces. Antes de que el azar se siente en ese ángulo de la colinita y borre mis huellas, y las tuyas, que alguna vez se mezclaron. Aunque ya no te recuerdo tanto. Aunque haya una niebla tapando el brillo de tus ojos de lago. Pero sobretodo antes de que el suceso nos deje sin esa intersección de los tiempos. Y hoy no estoy seguro si te extraño a vos, pero estoy seguro que extraño la intersección.  Esa que aparecía en algunos Agostos inesperados, cuando había mucha música alrededor y sueños y pelos largos. Antes de que termine mi último invierno en Mendoza, me gustaría volver ahí.  Estoy loco por encontrar ese poema que me escribiste una vez, no recuerdo si para alguno de mis cumpleaños, y que

Vidamí.

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Una alerta excusa resguarda mi hundimiento, el hundimiento de todo mi cuerpo, en las manos. Mi mundo, en las manos. Al menos en este espacio-momento.  No hay luz de sal que no barra la desidia de un segmento tuyo que me roza y se contrae, y me quiere, con pausas. No me quieras con pausas, ni con acuerdos avisados. Pero algo va mutando, desde la oscuridad viciosa. Algo se aproxima y se interpone. Una tormenta de escalas y silencios. Una cualidad de compás, ora bombo ora ausencia, casi cardiogénica y busca notarse. Y ahora más puntiforme y rápida va astillando mi garganta de álamo y no hay voz que hoy no pueda evocar algo más urgente que la risa inexorable, y una dulce disculpa, con las dos manos agraciadas tocando el raso borde del muelle. Consabida calma después,  sin despertares tortuosos, sin mareas de barro cocido, torneando los ocres cuerpos. La mañana hermosa se dilata donde antes hubo nocturnos abismos,  y vos y los brillos, la única imagen libre, de todo final.

Cuarentena.

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Quedaba lento, suspendido, como un grupo de células de luz, sobre un ángulo de la ceja, el sol, invitaba a que el momento se extinguiera, y sonreía y solo sonreía, había entendido cómo funcionaba el cuerpo, y cómo alinear los tactos. También sintió el calor, y volvió a los veinte años perdidos, en la pirca de las letras que veía y que presentía, con las ases y ces que le anunciaban una verdad, y llovía por su cuello, suave pendiente, pegándose a su clavícula y sintiendo esa oleada a victoria, que en el mundo de los hombres ocurre una sola vez, llegando al destino, a kilómetros de la muerte. Un dorado despertar, del aparente absurdo, y todo amanecía. El mundo ya no funcionaba, con los eternos entendimientos, pero aún así tenía sentido. Y en el páramo de su ciudad, su ciudad pequeña, que cabía en un dedo, solo hablaba el viento, solo transmitían los gorriones, una frecuencia sepulcral, solo chirriaban los viejos ventanales, solo raspaba el óxido al hierro,

Argia.

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Dar forma transforma. Mirá cómo va cambiando, el paisaje. Aunque estoy lejos de una casa que recuerdo, estoy encontrando, algún familiar recoveco. Y espero el sentido, tiznando el momento, llenándolo de lucecitas flotantes, y dándole forma,  hermosa forma, de despedida. No conviene, ninguna espera, ningún regreso alguna vez fue justo. Y si el mundo se alarga mi amor, si los encuentros simultáneamente sumaran kilómetros, y se acumularan los fríos en el vertedero de lo insignificante. Si una palabra dejara de ser cálida, y desapareciera para siempre la capacidad de la risa. Abrí tu mente, abrí sabiendo ilusoria, la ilusión de la permanencia. Y quedate conmigo, en algún fragmento del viaje, en algún tiempo lindo, de día, de noche, de tarde de lluvia a cántaros, y cielos indecisos de sol incandescente. Para que veas la prolijidad, del mismo mundo que unos ojos envejecidos han construido, sobre cosas que no e

Continuum.

Yo siempre tuve que aprender que vos no mirabas con tus ojos. Aún así me olvidaba y volvía a buscar que algo se derramara sobretodo cuando los achinabas en una sonrisa, pero entonces en un giro te ponías a 180 grados de mí y ya no te veía la cara y bajaba la mirada por tu espalda, tus nalgas, tus piernas y llegaba adonde de verdad tenías el rostro. Esa credencial con la que te presentabas al mundo, a tus momentos de vulnerabilidad, a tu soledad y también a tus instantes de brillar hermosa y centrífuga. Girando satelital a un punto fijo indivisible debajo de tu pie izquierdo que me llevaba de vuelta a la peonza, al patio-mundo infinito de las Escolapias y acaso también años después a las escaleras del Sacre Coeur, con las violinistas, el sudor pegajoso y todo lo fantástico de un niño. Obvio que vos no sabías eso, no sé si te enteraste alguna vez, y en una de tus vueltas cósmicas lloré como un hombre, en silencio, aguantando la respiración y funcionando con un solo lacrimal. Porque ya